martes, 25 de mayo de 2010

Niños, jóvenes y padres



Vemos en la primera carta del apóstol Juan, que este hace referencia a niños (hijos), jóvenes y padres; en un principio yo pensaba que su interpretación era literal, que realmente les hablaba a niños, jóvenes y padres de la iglesia local a la cual él le escribía; bueno, después de algunos años de caminar, por ahí escuche (o leí) a algún hermano que decía que esto se refería a una cierta madurez espiritual, y la verdad es que tenía toda la razón; es por ello que hoy les comparto este pequeño mensaje que creo nos dará un poco más de luz de las etapas de desarrollo del cristiano y los signos característicos de cada una de ellas; por lo tanto, les copio el trozo de la primera carta de Juan, de la cual hago referencia:

Os escribo a vosotros, hijos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre. Os he escrito a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. (1Jn 2:12-14)

Acá vemos como Juan hace referencia a los niños, jóvenes y padres; esto se refiere a tres grados de crecimiento espiritual de los creyentes; como todos sabemos, todo comienza con un nuevo nacimiento en el Espíritu; y obviamente luego de ese nuevo nacimiento viene un desarrollo muy similar a lo que hoy conocemos en lo natural en el hombre (siempre que digo hombre estoy incluyendo obviamente a las mujeres, lo digo para que no quepan dudas), se cumplen las etapas de niños, de jóvenes y de adultos. Es imposible llegar a ser adulto sin haber sido joven y antes niño, eso es imposible; así también en las cosas del Señor, debemos vivir cada etapa y crecer para no quedarnos en las etapas intermedias, sino llegar a la etapa que Juan denomina como padres, con minúsculas no Padre; porque ese hay uno sólo, y está en el cielo; pero fíjate que es el propósito de Dios que lleguemos a ser según El es, es decir, padres.


Primero, la Infancia:

La primera etapa que todos pasamos luego de nuestro nuevo nacimiento es de infantes, y en eso Juan hace referencias a dos palabras distintas en griego; la primera que tiene que ver con un niño pequeño (hijitos); que es tekníon; y Juan les dice:

Os escribo a vosotros, hijos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. (1Jn 2:12)

Esto es lo primero que un niño en el Señor debe conocer, que en su nombre y por medio de la fe, nuestros pecados han sido perdonados; y ya no quedan más sacrificios para agradar a Dios, sino que somos aceptos a Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, y esto por medio de la fe en El; eso es lo primero que un niño debe tener claro y saber, que sus pecados han sido perdonados.

Luego Juan les habla a los niños en la forma de la palabra griega paidíon; y les dice:

Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre. (1Jn 2:13)

La segunda característica de un niño de Dios, es decir, de un nuevo creyente; es que conoce a Dios como Padre; y ya no está sólo en la tierra, sino que tiene un Padre que vela por él, un Padre que lo enseña y guía para que llegue a ser un adulto en la fe.

O sea lo podemos resumir como una persona que ya tiene paz con Dios por medio del Señor Jesucristo, pues sus pecados ya les han sido perdonados por la fe en su sangre; y segundo, conoce que ha sido hecho hijo de Dios, es por eso que reconoce a Dios como Padre. ¿Y que cosa no es más hermoso que esta etapa cunado somos niños y vemos que tenemos padres que nos cuidan, guían y descansamos en ellos plenamente? Bueno eso es muy hermoso y nunca se debe perder, pero Dios no quiere que sólo nos quedemos en esa posición, sino quiere que avancemos para incorporar nuevas cosas en nosotros y en su ralación con El.


Segundo, la Juventud:

Bueno, los jóvenes al igual que los niños no han perdido ni perderán su condición de hijos de Dios, ya que reconocen a Dios como Padre, y también conocen que sus pecados han sido perdonados por su Nombre. Pero hay algo nuevo que ellos deben lograr:

Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. (1Jn 2:13)

Claramente lo que diferencia un joven de un niño en la fe, es que hay una victoria espiritual contra el enemigo, contra el maligno. Eso Juan no lo dice a los niños, ya que ellos aún no están preparados para vencer, pero si es la característica de los jóvenes en la fe, el vencer el maligno. Juan sabe que los creyentes no deben quedarse en la primera etapa, ya que hay una estatura final que debemos lograr en Cristo, pero el caracteriza esta segunda etapa dentro del desarrollo cristiano normal, como la etapa de la juventud y en cuya etapa, la principal característica es vencer al maligno.

Cuando tu ves los niños, los ves que juegan, saltan y corren; y también juegan a que vencen a Satanás; pero en realidad lo que ellos hacen es jugar y prepararse para el desafío que tienen por delante, vencer a quien Cristo venció en la cruz; los niños pueden gritar correr y alardear que vencen al enemigo; pero es al fin y al cabo su Padre quien los protege del enemigo. Pero el Padre no quiere que eternamente seamos niños, sino que avancemos en nuestra segunda creación, en Cristo; el quiere que así como el primogénito venció; nosotros en Cristo venzamos nuestra batalla personal contra el enemigo; y es por eso que en la segunda cita de Juan vemos algunas claves del éxito en la lucha:

Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. (1Jn 2:14)

El niño después de algún tiempo de desarrollo normal, se fortalece y crece; ahora debemos tener claro que para crecer hay que comer el alimento que nos hace crecer y fortalecernos, el pan de vida, es decir, la Palabra de Dios; ya que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. La fortaleza es producto de recibir cada día ese pan de cada día, por el cual SI DEBEMOS TRABAJAR Y ORAR (en Cristo obviamente, y no en la carne), y ejercitarnos en la pruebas que Dios nos prepara para que venzamos; porque el objetivo de la prueba que Dios nos prepara es que nos fortalezcamos en él. Las pruebas son pruebas de fe, y proporcionales a la estatura de cada uno de nosotros, y la única forma de pasarlas es por fe, de otra manera sólo vagamos en un desierto espiritual y sin frutos (recuerden que fue el Espíritu Santo quién llevó a Jesús al desierto para ser probado, y no el diablo).

Por eso Juan dice porque sois fuertes; ¿Y como podremos serlo sin antes haber sido ejercitados? Es imposible que un niño se fortalezca en la inactividad y sin la alimentación adecuada, sabemos que para crecer fuertes debemos comer, ejercitarnos y descansar.

Y lo segundo, en unión a la fortaleza alcanzada es Y LA PALABRA DE DIOS PERMANECE EN VOSOTROS; sin la palabra de Dios morando en nosotros ¿Cómo venceremos? Y dice “Y la palabra de Dios permanece en vosotros”, es algo que es requisito para vencer, no es posible vencer sin la Palabra morando en nosotros. ¿Por qué? Porque esto es una guerra espiritual, donde el campo de batalla está en nuestra alma; y es por medio de la fe que vencemos el enemigo, y la fe no es posible si no tenemos la Palabra a creer, es decir, debemos primero escucharla y guardarla (atesorarla) para creerla. Y cuando vienen los ataques, es esa misma palabra la que nos protege, y no sólo eso es nuestra arma de contraataque al enemigo, cuando esa palabra se hace vida en nosotros.

Bueno lo importante de entender, es que en la segunda etapa, es decir, en al juventud; es la etapa donde debemos aprender a vencer al enemigo con las armas que Dios nos da para ello.

Tercero, la Madurez:

La tercera etapa de nuestra vida de cristianos, como discípulos de Jesucristo; es la que Juan llama padres. ¿Y por que llama padres? Yo veo que es por lo siguiente, cuando Jesús dijo:

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mat 5:48)

¿Qué nos quería decir? Yo creo que nos dice claramente que el llamado es a ser como es nuestro Padre de los cielos. ¿Cómo tanto? Si tanto, no creo que un Padre se conforme con hijos mediocres, un Padre siempre quiere que sus hijos lleguen a la máxima expresión (si hay amor, por supuesto). Es por lo anterior, que el apóstol Juan al llamarlos padres, en cierta medida menciona en ellos que ya están en una etapa en sus vidas donde cada vez más empiezan a reflejar en sus vidas el carácter de Dios, el carácter del Padre. Un carácter que es dador de vida, un carácter que siempre como papá cuida al débil, un carácter de tomar la carga del que lo necesita, un carácter de dar la buena palabra a su tiempo y fuera de tiempo, un carácter en que no se vive más para sí mismo sino para que otros puedan crecer y desarrollarse plenamente. Un carácter en el cual a pesar de ser desagradable, se tiene que corregir lo errado y dar un buen rumbo a lo torcido. Un carácter de protector, de sustentador un carácter de amor.

Es por ello que Juan a los padres les dice en dos veces:

Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. (1Jn 2:13)

Os he escrito a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. (1Jn 2:14)

Fíjate que no dice, como lo dice a los niños, Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre, sino que conocéis al que ha sido, o es desde el principio. No es que Dios deje de ser Padre para los que han alcanzado madurez, sino que la relación de intimidad (conocimiento eso significa en la Biblia, intimidad); es con el SER SUPREMO QUE ES ETERNAMENTE. Es una relación mucho más alta que la relación de Padre a hijo, ya que esa relación debe ir madurando, mientras el hijo va creciendo, para llegar plenamente a ser amigos, como lo fue Abraham. Dios ya es nuestro amigo, por medio de su Hijo lo demostró; pero lo que falta es que nosotros lleguemos a ser amigos de El o que lo demostremos, y el amigo verdadero es el que da la vida por el amigo; Dios ya nos lo demostró; ¿y nosotros acaso estaremos excluidos de ello?; en ningún caso, es por eso que cuando algunos cristianos fueron martirizados por causa de la fe, ellos morían con gozo porque sabían que habían sido tomados por dignos de entregar sus vidas por su AMIGO, por su amor.

Un abrazo a todos y que el amor de nuestro Padre y Señor sea derramado en nuestros corazones. Amen.

sábado, 22 de mayo de 2010

Viviendo con sentido


Muchos cristianos hoy en día, viven en ignorancia, y esta ignorancia no es de teologías profundas acerca de las Escrituras, yo diría que es una ignorancia básica del corazón, ignorancia de la vida y su propósito.

En estas breves palabras no es mucho lo que puedo alcanzar, pero con la gracia y ayuda de nuestro Padre y nuestro Señor Jesucristo, te pregunto:

¿Para quien vives?

No respondas con tu mente, sino con tu corazón; no es una doctrina humana o aprendida lo que necesitamos, sino lo que Dios ve y está en nuestros corazones:

¿Para quién vivimos?

La respuesta la dan nuestras acciones y nuestros proyectos, nuestros sueños y nuestros anhelos, nuestras esperanzas y nuestros ideales.

¿Para quién vivimos?

También la respuesta la dan nuestras frustraciones, nuestros desvelos, nuestros problemas.

¿Para quién y para que vivimos?

Nuevamente digo, muchos cristianos hoy en día, no entienden el propósito de sus vidas, y que si realmente son cristianos, ya no deben vivir para sí mismos, sino para quien y para aquello para lo cual han sido salvados.

Hoy muchos cristianos hacen del Señor un amuleto que los ayude y los respalde en sus proyectos e ideas personales; hacen del Señor un talismán para cumplir sus propios caprichos. Caminan según sus mentes carnales y esperan que Dios esté tras ellos bendiciendo lo que ni siquiera han preguntado es su voluntad. No voy a decir que hay mala intención, eso no lo sé, pero si hay mucha ignorancia, e ignorancia de corazón que es peor.

Hay un hombre que nos lavó con su sangre, eso lo hemos escuchado a lo mejor muchas veces; pero ¿realmente le tomamos el peso?, pues que alguien nos haya lavado con su sangre, es que esa persona estuvo dispuesta a entregar su sangre (su vida) para limpiarnos, estuvo dispuesto a derramarse completamente por amor. ¿Y nosotros dudamos aún para quien vivimos?

Hermanos nosotros los que creemos y le hemos recibido, ya no vivimos para nosotros mismos, sino para aquel que nos salvó; ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a aquel que pagó el más alto precio por nuestro rescate.

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. 1Co 6:19-20

Muchos hoy predican un evangelio diferente, un evangelio sin vida y un evangelio sin poder; ¿Por qué? Porque no entienden que el foco es completamente cambiado con el verdadero evangelio, ya nuestro norte no está en nosotros mismos, ni en agradarnos, sino en quien no vivió para sí, sino que se entregó por todos nosotros. El evangelio que se predique que no diga esto, es un evangelio que está mucho más cerca de la idolatría que de la Verdad de Dios, son ídolos que nos seducen para poder cumplir nuestros deleites y pasiones humanas, y cuyo fin es fracaso.

Hay algo que nunca podrá ser a la fuerza, es algo que nunca podrás comprar, es algo que te deja en completa libertad y espera; ese algo es el Amor, el amor no nos fuerza, el Amor no nos paga para que lo reconozcamos, el Amor nos deja en completa libertad y nos espera. El Amor, espera que espontáneamente del fruto de nuestro corazón podamos reconocerlo, honrarlo, darle gracias y Amarlo con todo nuestro corazón, nuestra mente, alma y fuerzas; que es lo santo, justo y perfecto. El Amor no nos fuerza a amarlo, pero ese amor nos constriñe a amarlo cada día más, entendiendo que si El se entregó por nosotros y no vivió para sí, ¿Cómo nosotros seguiremos viviendo en la vanidad de nuestra mente, para nosotros mismos?

Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2Co 5:14-15

Y ya no vivimos para nosotros, sino para Aquel que murió por nosotros, y no sólo murió por nosotros, sino que también resucito por nosotros. Eso es de toda justicia, de toda perfección y de toda bondad. Es en el Amor que está el sentido de nuestra vida, y no sigamos más lo que está muerto y próximo a la destrucción.

¿Para quien vivimos?

Para ti Padre y hermoso Señor, para ti morimos; y para ti vivimos, eternamente juntos y para siempre. Amen. Gloria a tu Nombre ahora y por los siglos de los siglos, Amen y Amen. Gracias Padre y Señor Gracias, porque tuyos somos y en ti esperamos, en un mismo Espíritu, corazón, mente, alma y fuerzas tu venida; socórrenos Señor en tu poder; para que seamos UNO como a ti te agrada. Amén.

Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Rom 14:7-8

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